Destruir nuestra salvación es necesario.
Y darse completa cuenta de que los espejos
son todos unos gilipollas.
Y dar mil vueltas a un bolardo sin intención de ningunearlo.
Es necesario llegar a casa de noche
sabiendo que no hay mejor arquitectura para el desastre
que tu boba aquiescencia.
Y que hay un aliento destructor
que te dice:
tú puedes. Hazlo.
Y tú vas y lo haces.
Y así nos va.
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