Los sábados por la mañana
llevo pegado al cuerpo
un incierto olor
de delincuencia y culpa
y de un mentiroso
propósito de enmienda.
La gente me sonríe
por la calle,
como si pudieran oler
mi contricción,
como si me diesen
la absolución
o como si de repente
a sus ojos
yo resultase ser
completamente humano.
O será este sol,
que me saca una sonrisa
de canalla inofensivo.
O las gafas oscuras
de que no me vean.
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