Llevo una temporada conviviendo con mis demonios.
Tengo muchos y muy variados.
Hoy hay unos cuantos sentados conmigo,
tocándome los cojones:
El de mirada verde
me dice que soy un envidioso.
El de la cornamenta retorcida
me dice que soy un tipo difícil.
El de larga capa de cuero y gafas de sol
me mira a la cara con insistencia
y no dice nada.
Ese es el demonio del ego,
siempre tan enigmático.
Aquel de ojos rojos y mirada perdida,
el de la dipsomanía y el vicio sin control
no aparece.
Llevo unos meses sin verle.
Debe de estar con una resaca del trece
o quizás haya muerto ya de cirrosis.
Llegué a tomarle cariño.
Era el único
que no me echaba en cara mis defectos.
Los demás se toman pocos descansos
últimamente.
Creo que les doy demasiado alimento.
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